cuello y magdalena para desayunar...

A María, los sábados, le gustaba levantarse muy temprano y meterse en la cocina, escuchar la radio mientras elaboraba magdalenas con la receta de su madre, de esas esponjosas, sabrosas y exquisitas.
Se pasaba horas amasando, envuelta con su camisón de seda blanco... su intimidad, su momento, su deleite…

Pablo se levantaba antes que los niños, entraba a la cocina y sonreía, miraba a Maria con el color del agradecimiento, de la satisfacción. Enamorado de ella y del perfume que salía del horno e impregnaba toda la casa...
Se acercaba a ella por detrás sigilosamente sin avisar y mientras rozaba su cintura cogía una magdalena recién hecha… ummmm!!
Maria se volvía tiernamente, inocentemente y lo besaba mientras compartían la primera magdalena del fin de semana…

Este momento María lo había recreado por la noche…: “Pablo pegado a ella comiéndose su cuello y la magdalena como si formaran parte de un mismo desayuno…”

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