Los clanes de un bar rural

Bar. Miradas. Tabaco. Indecisiones. Sospechas. Vino. Tapas. Murmuraciones. Niños. Cerveza. Palillo en boca. Olores. Conversaciones sobre el mundo o sobre el inframundo. Tiendo a observar como la humanidad se comporta en el Bar de un pueblo. Risas-estruendos, voces-graves que revientan en los oídos, diálogos que no van ni vienen de ninguna parte. Niñas que crecen y se transforman. Hombres borrosos. Mujeres que se estremecen. Y cerveza, mucha cerveza la que va y viene por la barra. Botellines que se abren sin sentido o con sentido de los que se arquean mientras tienden a vociferar sus teorías acerca del micro mundo que se construyeron. Mirar. La cortina que separa el exterior del interior se mueve y entran más actores a escena; más gritos, abrazos fuertes acompañados con palmadas en la espalda que resuenan en la cabeza como martillazos. Un bar de un pueblo es como el ágora romana. Se reúnen los clanes, las mafias, hacen tratos, negocios, proponen destruir o construir según el color de la víctima elegida. Llegan las mujeres del clan y ellos hinchan pecho. Y en breve se unen los pequeños de la manada. Todos beben y comen entre risas y gritos. La manada está feliz.

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